Desapareció fugazmente, en silencio. Nadie vio nada, todo ocurrió con suma tranquilidad, sin contratiempos, la violencia del acto no fue percibida. A veces me pregunto si esa facilidad del hecho no es producto de la complicidad de los que callan, de los que olvidan, de los que ven pero no recuerdan, no gritan, no hablan. De los que se quedan inmóviles ante todo esto.
Fue un día cualquiera, apenas dos días antes había sentido su brazo cruzar por mi espalda, escuché su risa, le vi disfrutar de la comida de otros platos. Recuperar el momento quizás no tenga sentido: ¿qué tan violento fue cuando lo capturaron, qué sensación experimentó cuando su libertad perdió las alas? ¿Cómo lo mataron? ¿Cuánto sufrió, qué dijo? Para que pregunto esto, a mi me basta saber y sentir que ya no está conmigo.
Ese día no pude leer el reportaje sobre fosas comunes, no quise, no quiero. A nosotros nos basta con el dolor que la ausencia atraviesa el cuerpo. Ojala cientos de personas lo hayan leído y comprendido. Espero el morbo no haya sido el motivo, anhelo la dimensión del horror se haya entendido y aguardo el repudio de la violencia, la barbarie y la sevicia que nos habitan. No me interesan los números. ¿Cuántos desaparecidos? Por mí pueden seguir rebajando la cifras, no importa, con uno que desaparezcan estamos condenados al olvido, a la nada, al limbo. Uno que se llevan, es miles de instantes condensados en un cuerpo, miles de relaciones, de amigos, de intereses, de ideas que se borran. ¿Por qué desaparecen a la gente? ¿Qué simbolizan, qué representan? ¿Qué buscan, cuál es el miedo?
Luego de tantas barbaries dichas por boca de algunos cínicos perpetradores, el país debiera salir a condenar tanta infamia junta. ¿Por qué no lo hemos hecho? Acaso ¿queremos tapar el sol con una mano, no nos interesa, estamos hastiados o aceptamos esa práctica porque aún no nos ha tocado o nos es útil a nuestros intereses? Será, a lo mejor ¿por qué la desaparición ha sido una política de Estado y sus autores intelectuales y materiales suelen ser el Ejército, organismos de seguridad, paramilitares y uno que otro más poderoso que aquellos?
Uno solo, un solo desaparecido y el país muere lentamente. Quizás, quien sabe, a lo mejor no lo hemos condenado por qué a quienes desaparecen son voces disidentes: militantes de izquierda, defensores de derechos humanos, líderes sociales, contradictores, oponentes.
Ya entiendo. Por eso el gobierno no convoca una marcha para repudiar los cientos de cuerpos encontrados en las fosas comunes, producto de desapariciones hechas por los paramilitares, ni las ejecutadas en los 70 por cuerpos de seguridad del Estado, o las de los 80 y las de ahí en adelante. ¿Qué tanto puede interesaros, Creonte, que se sepa que desaparecen? Significaría reconocer y censurar éticamente a quienes lo han hecho. ¿Cierto? Reconocer los desaparecidos, nombrarlos, traerlos de nuevo a la vida. O, ¿acaso me equivocó?
Debo repisar el inicio de esta catarsis: lo desaparecieron.
En complicidad del silencio se han llevado a esos que son voces de vida, luchas de existencia, esperanza en la injusticia, alternativa en el dominio. Los desaparecen para acabar con sus historias, proyectos e ideas. En este país, cercano a una Tebas, no sólo los han querido borrar a ustedes, también a la ética, al respeto, al valor de la vida. La justicia ya no existe, poco queda. La verdad la esconden, la trampean.
Antígona Gómez
30 de agosto Día Internacional de las y los Desaparecidos
Fue un día cualquiera, apenas dos días antes había sentido su brazo cruzar por mi espalda, escuché su risa, le vi disfrutar de la comida de otros platos. Recuperar el momento quizás no tenga sentido: ¿qué tan violento fue cuando lo capturaron, qué sensación experimentó cuando su libertad perdió las alas? ¿Cómo lo mataron? ¿Cuánto sufrió, qué dijo? Para que pregunto esto, a mi me basta saber y sentir que ya no está conmigo.
Ese día no pude leer el reportaje sobre fosas comunes, no quise, no quiero. A nosotros nos basta con el dolor que la ausencia atraviesa el cuerpo. Ojala cientos de personas lo hayan leído y comprendido. Espero el morbo no haya sido el motivo, anhelo la dimensión del horror se haya entendido y aguardo el repudio de la violencia, la barbarie y la sevicia que nos habitan. No me interesan los números. ¿Cuántos desaparecidos? Por mí pueden seguir rebajando la cifras, no importa, con uno que desaparezcan estamos condenados al olvido, a la nada, al limbo. Uno que se llevan, es miles de instantes condensados en un cuerpo, miles de relaciones, de amigos, de intereses, de ideas que se borran. ¿Por qué desaparecen a la gente? ¿Qué simbolizan, qué representan? ¿Qué buscan, cuál es el miedo?
Luego de tantas barbaries dichas por boca de algunos cínicos perpetradores, el país debiera salir a condenar tanta infamia junta. ¿Por qué no lo hemos hecho? Acaso ¿queremos tapar el sol con una mano, no nos interesa, estamos hastiados o aceptamos esa práctica porque aún no nos ha tocado o nos es útil a nuestros intereses? Será, a lo mejor ¿por qué la desaparición ha sido una política de Estado y sus autores intelectuales y materiales suelen ser el Ejército, organismos de seguridad, paramilitares y uno que otro más poderoso que aquellos?
Uno solo, un solo desaparecido y el país muere lentamente. Quizás, quien sabe, a lo mejor no lo hemos condenado por qué a quienes desaparecen son voces disidentes: militantes de izquierda, defensores de derechos humanos, líderes sociales, contradictores, oponentes.
Ya entiendo. Por eso el gobierno no convoca una marcha para repudiar los cientos de cuerpos encontrados en las fosas comunes, producto de desapariciones hechas por los paramilitares, ni las ejecutadas en los 70 por cuerpos de seguridad del Estado, o las de los 80 y las de ahí en adelante. ¿Qué tanto puede interesaros, Creonte, que se sepa que desaparecen? Significaría reconocer y censurar éticamente a quienes lo han hecho. ¿Cierto? Reconocer los desaparecidos, nombrarlos, traerlos de nuevo a la vida. O, ¿acaso me equivocó?
Debo repisar el inicio de esta catarsis: lo desaparecieron.
En complicidad del silencio se han llevado a esos que son voces de vida, luchas de existencia, esperanza en la injusticia, alternativa en el dominio. Los desaparecen para acabar con sus historias, proyectos e ideas. En este país, cercano a una Tebas, no sólo los han querido borrar a ustedes, también a la ética, al respeto, al valor de la vida. La justicia ya no existe, poco queda. La verdad la esconden, la trampean.
Antígona Gómez
30 de agosto Día Internacional de las y los Desaparecidos