Bogotá, domingo 22 de octubre de 2006
Señor
Álvaro Uribe
Presidente de la República
Carta abierta a la opinión pública
Cordial saludo,
Puede que usted no sepa quien soy, o no me recuerde. Mi nombre es Diana Gómez, hija de Jaime Gómez, asesor de Piedad Córdoba desaparecido el 21 de marzo y luego asesinado. En varias oportunidades le he dirigido cartas relacionadas con las violaciones de los derechos humanos a las que fue sometido mi padre. Hoy le escribo desde mi dolor de hija, no para referirme a la inoperancia del Estado en el esclarecimiento de su asesinato, sino para desde mis más hondos sentimientos expresarle mi rechazo por sus pronunciamientos del pasado 20 de octubre. Ese día, señor Presidente, mi padre cumplía 56 años, pero ya no podía desearle un feliz cumpleaños porque en el contexto de conflicto armado y guerra sucia que vive el país, alguien decidió llevárselo para devolverlo en huesos. El mismo vacío que yo sentí el pasado viernes lo tuvo que haber experimentado usted con el asesinato de su padre. Ambos sabemos que vacío tan horrible se experimenta, la ausencia se posa, extrañamente, como una presencia más frente a la cual no puede hacerse el de la vista gorda. Señor Presidente, entre su caso y mi caso hay grandes distancias, enormes. Nosotros pasamos por la horrible sensación de terror, miedo, incertidumbre que produce la desaparición forzada, por la sensación de no saber sí mi padre estaba o no vivo, sí lo íbamos o no a encontrar. El drama de la desaparición forzada tiene sus especificidades y dolores propios, sabemos quienes suelen ser sus perpetradores, sabemos del alto grado de impunidad que se instala con estos crímenes, pero también sé que significa perder un padre de manera violenta. Entre la sensación que experimente con la desaparición del mío y el secuestro sé que hay grandes distancias, pero encuentro cercanías. Me imagino, con cierto conocimiento de causa, el dolor que sienten las y los hijos, madres, padres, esposas y hermanos de las personas que están hoy secuestradas. Los pensamientos de dolor y angustia que se posan en sus mentes pensando en sí han o no comido, sí están o no enfermos, sí están siendo bien tratados, sí pueden aguantar el encierro, la privación de la libertad y las arbitrariedades del flagelo. Sé que abra momentos en que pierden la esperanza, sé que hay otros en que recargan energías y sé que desde el viernes tienen de nuevo el corazón en vilo. No es justo Señor Presidente que usted, como máximo representante de nuestro Estado, continué parándose desde una postura de vencedor, cuando lo que está en juego es algo más que un quien gana y un quien pierde. Son vidas de seres humanos, historias y proyectos de vida individuales y colectivos los que están en medio. En juego está la viabilidad del país, nuestro futuro. Le invitó a tomar una pausa y pensar en lo que siente cada uno de los familiares de las personas secuestradas cuando usted decreta que a sangre y fuego serán rescatados sus seres queridos. Yo estoy harta de tanto muerto, la salida no es por la profundización de la guerra, por el odio, el rencor, la venganza, el triunfalismo. De venganza en venganza venimos año tras año. ¿Qué ha quedado? Más muertos, más pobreza, más impuestos, dinero destinado para la guerra, menos inversión social, impunidad, más seres resentidos, más personas cruzadas por tristezas que se expresan en sus rostros cotidianamente. Así no hay un futuro exitoso por construir. Yo quiero tener la certeza de que los atentados del 19 de octubre fueron perpetrados efectivamente por las FARC, y entonces quiero oír un pronunciamiento público en el que nos expresen su posición. Quiero que sean claras cuáles son las condiciones de parte y parte para la negociación, las limitantes reales, los argumentos contundentes de seguridad y políticos. Quiero debatir sobre ellos, opinar, que las organizaciones sociales seamos oídas, que la comunidad internacional acompañe estos procesos y que se valore a los individuos que están en el centro del conflicto. Deseo que se deje de jugar con las expectativas de los familiares de los secuestrados pues además de las vulneraciones de las que ya son objeto, no tiene presentación que la concreción de sus esperanzas dependa del vaivén de escándalos o crisis institucionales del gobierno. Señor Presidente, espero que muchas hijas puedan abrazar a sus padres porque han vuelto del monte, del secuestro, y no se queden con esa sensación de vacío que yo siento. No quiero que la lucha que hoy adelantan sea para recibir sólo huesos de sus padres, de sus seres queridos.
Señor
Álvaro Uribe
Presidente de la República
Carta abierta a la opinión pública
Cordial saludo,
Puede que usted no sepa quien soy, o no me recuerde. Mi nombre es Diana Gómez, hija de Jaime Gómez, asesor de Piedad Córdoba desaparecido el 21 de marzo y luego asesinado. En varias oportunidades le he dirigido cartas relacionadas con las violaciones de los derechos humanos a las que fue sometido mi padre. Hoy le escribo desde mi dolor de hija, no para referirme a la inoperancia del Estado en el esclarecimiento de su asesinato, sino para desde mis más hondos sentimientos expresarle mi rechazo por sus pronunciamientos del pasado 20 de octubre. Ese día, señor Presidente, mi padre cumplía 56 años, pero ya no podía desearle un feliz cumpleaños porque en el contexto de conflicto armado y guerra sucia que vive el país, alguien decidió llevárselo para devolverlo en huesos. El mismo vacío que yo sentí el pasado viernes lo tuvo que haber experimentado usted con el asesinato de su padre. Ambos sabemos que vacío tan horrible se experimenta, la ausencia se posa, extrañamente, como una presencia más frente a la cual no puede hacerse el de la vista gorda. Señor Presidente, entre su caso y mi caso hay grandes distancias, enormes. Nosotros pasamos por la horrible sensación de terror, miedo, incertidumbre que produce la desaparición forzada, por la sensación de no saber sí mi padre estaba o no vivo, sí lo íbamos o no a encontrar. El drama de la desaparición forzada tiene sus especificidades y dolores propios, sabemos quienes suelen ser sus perpetradores, sabemos del alto grado de impunidad que se instala con estos crímenes, pero también sé que significa perder un padre de manera violenta. Entre la sensación que experimente con la desaparición del mío y el secuestro sé que hay grandes distancias, pero encuentro cercanías. Me imagino, con cierto conocimiento de causa, el dolor que sienten las y los hijos, madres, padres, esposas y hermanos de las personas que están hoy secuestradas. Los pensamientos de dolor y angustia que se posan en sus mentes pensando en sí han o no comido, sí están o no enfermos, sí están siendo bien tratados, sí pueden aguantar el encierro, la privación de la libertad y las arbitrariedades del flagelo. Sé que abra momentos en que pierden la esperanza, sé que hay otros en que recargan energías y sé que desde el viernes tienen de nuevo el corazón en vilo. No es justo Señor Presidente que usted, como máximo representante de nuestro Estado, continué parándose desde una postura de vencedor, cuando lo que está en juego es algo más que un quien gana y un quien pierde. Son vidas de seres humanos, historias y proyectos de vida individuales y colectivos los que están en medio. En juego está la viabilidad del país, nuestro futuro. Le invitó a tomar una pausa y pensar en lo que siente cada uno de los familiares de las personas secuestradas cuando usted decreta que a sangre y fuego serán rescatados sus seres queridos. Yo estoy harta de tanto muerto, la salida no es por la profundización de la guerra, por el odio, el rencor, la venganza, el triunfalismo. De venganza en venganza venimos año tras año. ¿Qué ha quedado? Más muertos, más pobreza, más impuestos, dinero destinado para la guerra, menos inversión social, impunidad, más seres resentidos, más personas cruzadas por tristezas que se expresan en sus rostros cotidianamente. Así no hay un futuro exitoso por construir. Yo quiero tener la certeza de que los atentados del 19 de octubre fueron perpetrados efectivamente por las FARC, y entonces quiero oír un pronunciamiento público en el que nos expresen su posición. Quiero que sean claras cuáles son las condiciones de parte y parte para la negociación, las limitantes reales, los argumentos contundentes de seguridad y políticos. Quiero debatir sobre ellos, opinar, que las organizaciones sociales seamos oídas, que la comunidad internacional acompañe estos procesos y que se valore a los individuos que están en el centro del conflicto. Deseo que se deje de jugar con las expectativas de los familiares de los secuestrados pues además de las vulneraciones de las que ya son objeto, no tiene presentación que la concreción de sus esperanzas dependa del vaivén de escándalos o crisis institucionales del gobierno. Señor Presidente, espero que muchas hijas puedan abrazar a sus padres porque han vuelto del monte, del secuestro, y no se queden con esa sensación de vacío que yo siento. No quiero que la lucha que hoy adelantan sea para recibir sólo huesos de sus padres, de sus seres queridos.
Diana Marcela Gómez
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