Mayo de 2006
Dos meses sin Jaime Gómez, miles de votos por la democracia
De vuelta en Colombia, las piernas temblando en el aeropuerto de partida y en el avión la mente centrada en un triste “no volveré a ver a mi padre”. Regreso a mi país pero no deja de pasar por mi cuerpo un sentimiento de miedo que me aterra, no me siento segura en la patria que me vio nacer. Sin embargo volvemos porque conocer la verdad, que se aplique justicia y contribuir a que la impunidad no sea una característica más de nuestra extraña, sui generis democracia implica que hagamos presión, veeduría, lobby, que sigamos marchando, escribiendo, generando opinión pública, apoyando las opciones realmente democráticas desde nuestro terruño, no exiliadas y exiliados. Hoy se cumple un mes del hallazgo de los restos de mi padre, luego tampoco puedo dejar de pensar en lo mal que lo trataron para que lo encontráramos de esa manera. El domingo, el mismo día que regresamos, se cumplían dos meses en que perdimos su alegre rastro. El domingo mirando a mi hermano pensé en la angustia tan horrible que debió atrapar ese martes 21 de marzo a mi padre, pensar en que dejaba a sus hijos, pensando en nuestro futuro, en nuestro dolor, en nuestra angustia. Luego miro a Lelys y siento un dolor desgarrador. Pienso en mi padre tan angustiado y con tanta rabia pensando en el peligro que también corren Piedad Córdoba y sus compañeros y amigos. Tuvo que haber pasado en un segundo por su mente todos los recuerdos de su madre, mi abuela, y toda la familia. Ahora entiendo la horrible angustia que yo tenía cruzada en mi corazón ese día. Todo esto, no obstante los dolores que me produce, me invita, a diferencia de otras tantas víctimas de esta horrenda guerra a pedir el diálogo, la resolución negociada del conflicto, el cese de la guerra, el no uso de la violencia. Hijos sin padres, de padres asesinados, no son sólo Castaño y el Presidente Uribe, miles de nosotros poblamos la tierra y no todos optamos por la profundización de la guerra y la negación de la palabra, es más, no asumimos la conformación de ejércitos para la venganza ni nos adjudicamos ser Mesías, redentores que traspasan su odio – que tanto quema el cuerpo y el alma – para que lo asumamos todas y todos los colombianos. Son dos mis invitaciones en estos días. La primera es que hagamos del caso de Jaime el que permita evitar más desapariciones, que se conozca la verdad y se aplique justicia. Para esto es necesario que sigamos actuando en colectivo, haciendo veeduría y presión. La segunda es ejercer el derecho al voto rechazando la propuesta de Álvaro Uribe y apoyando opciones alternativas que ven la resolución del conflicto armado desde el diálogo y sin impunidad, que piensan en la redistribución de la riqueza, la generación de empleo, en políticas públicas para el reconocimiento de las diferencias, la consecución de la equidad y la eliminación de las desigualdades. A quienes desde el discurso buscan convencer y no desde la intimidación y la difamación, a quienes piensan en la justicia desde el marco de un Estado Social de Derecho, y conciben a las y los electores como sujetos de derecho pensantes y no como ovejitas mansas a quienes se convence con la manipulación de la información. El domingo sentí unas ganas enormes de estar en la Plaza de Bolívar, mi cuerpo fue recorrido por la alegría, la tristeza y el miedo. Extrañé ver a mi padre de pie en las escaleras de la Catedral con una sonrisa leve que manifestaría la felicidad que produce ver tanta gente pensando en alternativas. Será lo mismo que experimentaré el domingo que viene, más me consuela pensar que aunque él no ira a votar si lo harán miles de personas que buscarán contribuir a un mejor país … por supuesto, no votando por Álvaro Uribe.
Diana Marcela Gómez
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